Hay un idioma, digamos, general, que es el que se aprende y se enseña, el que pretende poner de acuerdo al común. Hay también distintos dialectos, que son variaciones territoriales, y tenemos por fin una gran variedad de terminologías, que son los modos peculiares de diferenciarse por medio del habla que tienen algunos grupos (ocupacionales, religiosos, deportivos, etc.). El hecho no presenta mayor dificultad siempre que nos movamos dentro de las fronteras del círculo que delimita cada una de esas sublenguas. Como puede esperarse en una sociedad con un cierto dinamismo, traspasada por los medios de comunicación colectiva, el problema es que los emisores de una terminología se dirigen con frecuencia a los receptores de otra. Estamos entonces ante la jerga, que es la terminología cuando llega al profano. En especial me interesa destacar aquí los sesgos que caracteriza a la jerga de los políticos, no tanto por su carácter especializado como por su particular tendencia a confundir las cosas, por la influencia que luego tienen en hacer populares ciertos vicios del lenguaje. Veamos algunas ilustraciones.
Los políticos son responsables de esa grosera simplificación de las conversaciones que se deriva de la palabra tema.
En el “Telediario 2” del 4 de agosto, el ministro de Defensa, Narcís Serra, responde a tres preguntas de actualidad, en una de esas entrevistas-declaraciones a las que tan dados son nuestros gobernantes. La primera pregunta es sobre la nueva Ley de disciplina militar. El ministro contesta, entre otras cosas mucho más específicas, que “ simplifica los temas. Ante la batallona cuestión del F-18, un avión carísimo que encima parece que presenta defectos de fabricación, Serra nos tranquiliza: “Entonces, el Ejército del aire está en contacto constante con la marina norteamericana y estamos vigilando los temas”, y añade para remachar que “estamos día a día detrás de este tema”. A la pregunta más directa :”¿Ha habido reacciones particularmente negativas a la reestructuración de las regiones militares?”, el ministro contesta: “ En absoluto, en absoluto” y añade, entre otras vaguedades, que “es un tema que está muy debatido y asimilado” y que “ es un tema que tiene mucha racionalidad”.
Varias veces he criticado esa moda o manía de utilizar la palabra tema a troche y moche, venga o no a cuento, convirtiéndola en comodín que todo lo quiere decir. El resultado es que acaba por no significar nada. Es el “ruido” más característico de la actual comunicación humana.
Dejemos la palabreja para cuando en verdad exista un temario, estoes, una lista o conjunto de enunciados que tratar. Esto ocurre en una oposición para un puesto administrativo, en la preparación de sermones y homilías , en los exámenes. Fuera de estas situaciones, la voz tema contiene significados muy precisos en música. Recuérdese el “bolero” de Ravel y su famoso tema: los compases que se repiten con absorbente fijación.
Pero ¿qué hacer en la prosa política cotidiana para evitar el que parece imprescindible palabro? Cualquier cosa menos fijarse en uno solo de sus múltiples sinónimos y no salir de él. Un principio ordenador de cualquier lengua culta es que no hay dos vocablos que transmitan exactamente lo mismo. Recurriremos, pues, a toda la gama de posibles sinónimos. Cada uno de ellos no dará un matiz nuevo, una faceta de sorprendentes reflejos.
Cuando tengamos el maldito voquible en la punta de los labios, porque hay efectivamente algo parecido a un temario, podemos recurrir a punto. Este será uno de los apartados del punto del día de una discusión, de un escrito con cierto sistema. Podemos hablar así de “ los puntos del programa electoral”.
Si lo que queremos convenir algo interesante o merecedor de que se discuta o de que se saque a la luz, aunque sin especial gravedad, diremos asunto. “El asunto del afeitado de los toros”, por ejemplo.
De un modo más general, para referirnos a la cosa sobre la que se habla, podemos utilizar materia. “Soy un ignorante en la materia”.
Siempre que nos enfrentemos a algo que revista una especial dificultad o simplemente que pida una averiguación vale problema. Parece correcto referirse al “problema del terrorismo”.
Si la dificultad es algo menor, si se trata de una duda que espera alguna respuesta, nos podemos quedar con cuestión. Por ejemplo, en la España del momento en que esto se escribe, “ la cuestión de la salida o, permanencia en la OTAN”. Es esta una cuestión batallona, y nunca mejor dicho.
TEXTO 4
Aunque los últimos datos de la Consejería de sanidad de Madrid y del Insalud señalan que en los últimos años se han estabilizado los ingresos por anorexia, la delgada línea roja que separa la búsqueda del ideal de belleza de la tragedia devastadora obliga a intensificar las líneas de alarma y a actuar en diversos frentes.
El primero es la educación. Familias y colegios tienen que actuar unidos ante un problema que sólo puede solucionarse si se ataca precozmente. Especialmente cuando, por falta de información, no se reconocen comportamientos y actitudes que acabarán en un problema de enorme gravedad. La salud es una disciplina que debe potenciarse en los centros educativos.
El segundo la acción social. Desde el Ministerio de Sanidad y las instancias interesadas hay que investigar las causas y consecuencias del problema para reducirlo al mínimo. Es necesaria una presión social sobre las televisiones públicas y privadas, para que no den cabida en sus programas a quienes defienden, promueven o imponen modelos de belleza que incitan a la anorexia. Lo mismo cabe decir de diseñadores, publicistas, y anunciantes. Por último, la formación de profesionales sanitarios y sociosanitarios y la dotación de servicios médicos especializados parece imprescindible.
Y, finalmente, queda el recurso a la acción judicial. Desde hace tiempo un juez de Barcelona, a petición de las familias, ordena el internamiento de muchachas cuya vida se encuentra en peligro. Simultáneamente se ha denunciado en Madrid el crecimiento de las familias que eluden cuidar a personas incapaces y cuyo patrimonio administra la Agencia para la Tutela de Adultos, dependiente de la Consejería de Sanidad y Asuntos Sociales. Estamos ante problemas sociales que reclaman, cuando es imprescindible, la actuación de la Administración de Justicia. No hablamos de problemas alimentarios sino de una autodestrucción inconsciente.